La construcción de un Estado Totalitario en Occidente – Por Marcelo Ramírez
Por Marcelo Ramírez*
Comenzaron a trascender las iniciativas que Rusia le ha propuesto a Estados Unidos y a la OTAN. Según se comenta hoy en Moscú, Vladimir Putin le ha dado un plazo de 30 días a la organización atlántica para su respuesta: en caso de ser negativa o no haber más que silencio, Rusia comenzará actuar de acuerdo a sus necesidades.
La nueva actitud rusa responde a que parece haber completado el período necesario tanto para la readecuación de sus estructuras económicas así como militares, modernizándolas y trazando los marcos de alianzas adecuados para no estar aislada ante la amenaza occidental.
Lo mismo sucede con China, que ha venido sufriendo una serie de amenazas y presiones en las que se inscribe el anuncio del AUKUS y la alianza con el Reino Unido y Australia, que pretende dotar a un país no nuclear de submarinos de propulsión nuclear. Esto se suma a las nuevas acciones en materia económica que intentan amenazar la soberanía china en materia de microchips, como sucedió con la empresa Manufacturing International Corporation, y que llevó a Beijing a anunciar la unificación en una sola compañía estatal de aquellas empresas que se dedican a la explotación de los componentes esenciales para la electrónica conocido como tierras raras.
La situación de tensión ha crecido exponencialmente a partir de los sucesos de Ucrania, cuando el gobierno de Kiev comenzó su ofensiva contra los territorios rusoparlantes del Donbass e inclusive amenazó con tomar por la fuerza la Península de Crimea, parte integral del territorio ruso. Volodomir Zelenski, el presidente de Ucrania, tiene un apoyo implícito de la OTAN en su aventura guerrera y comienza a incendiar la zona involucrando a terceros países como Bielorrusia y Polonia.
Rusia como respuesta ha marcado sus líneas rojas y a partir de allí le ha dado a conocer a Washington sus intenciones de firmar un acuerdo para evitar que la escalada de tensiones que estamos presenciando pueda llegar a un enfrentamiento abierto. De esta manera, Moscú propone a la OTAN garantías de seguridad y no recurrir a la fuerza garantizando por escrito que se buscará bajar el tono de las las disputas absteniéndose del empleo del uso de la fuerza. En esta línea, el documento impulsado por Rusia expresa que “los participantes se comprometen a resolver de manera pacífica todas las disputas internacionales en las relaciones bilaterales y abstenerse de cualquier uso de la fuerza o la amenaza de su uso de todas formas incompatibles con los objetivos de las Naciones Unidas».
El gobierno de Putin advierte que los participantes deben evitar ejercicios y otras actividades militares a gran escala cerca de la frontera de Rusia, así como no realizar actividades de esta naturaleza en el territorio de Ucrania y otros Estados de Europa Oriental, Transcaucasia y Asia Central. Hay un punto importante que tiene que ver con el rechazo al despliegue de misiles de corto y medio alcance capaces de alcanzar territorio enemigo, algo que debe ser impedido. Rusia entonces propone crear «líneas directas» ante emergencias al estilo del teléfono rojo durante la Guerra Fría, así como trabajar juntos para evitar posibles incidentes marítimos o aéreos en los mares Negro o Báltico.
El punto central de la propuesta rusa es que la OTAN se comprometa a terminar con la ampliación del bloque y que no permita el ingreso de Ucrania, Georgia y otros países que hayan integrado la Unión Soviética en el pasado. Para evitar que el conflicto pueda escalar a uno nuclear el gobierno plantea impedir un despliegue de armas nucleares en territorios que no sean propios, consiguiendo de esta manera que haya una mayor seguridad entre los actores.
«Las partes eliminarán también las infraestructuras existentes para desplegar las armas nucleares fuera de su territorio». Dentro de este apartado se establece que no se deberá capacitar a militares o civiles de países no nucleares en el uso de armas atómicas ni realizar maniobras que tengan como objetivo el uso de armamento nuclear, algo que choca frontalmente por el mencionado proyecto del AUKUS.
En definitiva, el acuerdo también llama a EEUU a no ampliar la OTAN y desistir de la creación de bases militares o del uso de infraestructura militar en los países ex soviéticos y que aún no se han incorporado. El silencio de Estados Unidos y la OTAN en un primer momento comenzó a ser seguido de señales poco optimistas en función de la posibilidad de llegar a un acuerdo. El Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, terminó finalmente rompiendo el silencio para decir que su organización recibió el proyecto de Rusia sobre las garantías de seguridad, y que cualquier diálogo debe tomar en consideración la opinión de Ucrania, agregando que debe ser necesario una ronda de consultas con sus socios europeos para determinación final.
El 15 de diciembre, en medio de una reunión entre el vicecanciller ruso Serguéi Ryabkov y la subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos de EEUU, Karen Donfried, Rusia entregó oficialmente a Estados Unidos el acuerdo mencionado. Otros alegatos asegurando que la OTAN decidió seguir ampliándose dejan poco margen para el optimismo.
En un encuentro posterior realizado entre el propio Stoltenberg y el presidente de Ucrania se reafirmó que la Organización del Tratado del Atlántico Norte seguirá su expansión hacia el Este, recordando que hay una invitación para sumarse a Macedonia del Norte y Montenegro para formar parte de la organización. En esta oportunidad también se reafirmó que la OTAN seguirá profundizando la cooperación técnica y la entrega de material militar a Ucrania, profundizando la cooperación entre la alianza y este país, especialmente en el Mar Negro y el Mar de Azov, las áreas más sensibles para Rusia en este momento.
De esta manera Occidente, capitaneado por el mundo anglosajón, parece decidido a desoír los llamados a la paz, señal muy preocupante que se suma a otras paralelas y que apuntan a la construcción de un Estado Totalitario. Vale señalar que Biden entre los días 10 y 19 de diciembre ha llamado a una Cumbre por la Democracia. Vemos entonces simultáneamente como los principales países que componen el eje de este nuevo sector “democrático” que se está estableciendo para enfrentar al mundo multipolar encabezado por China y Rusia, conculcan día a día más y más libertades con diferentes excusas.
Si la aparición de una pandemia a partir de la irrupción de un virus sospechoso por sus orígenes confusos, y cuya letalidad es extremadamente baja, otorgó la oportunidad para que los gobiernos instalaran una serie de medidas de bloqueo que pulverizaron a la economía global rompiendo las cadenas de valores, la nueva cepa ómicron parece hecha a medida para profundizar estas políticas. Occidente adopta medidas de control ciudadano más duras qué las que empleaba China -y tanto eran criticadas- y lo hacen sobre sociedades que no tienen en sus genes el pensamiento confucionista de las orientales de jerarquía y obediencia social.
La apocalíptica retórica sanitaria de los medios de comunicación apoyados por las redes sociales para crear -según las palabras de la médica sudafricana que descubrió la nueva variación- una “neurosis en Occidente”, existe un enorme contraste entre las declaraciones de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y la Dra. Angelique Coetzee, presidenta de la Asociación Médica de Sudáfrica, quien decía que “lo que estamos viendo ahora en Sudáfrica, y recuerden que estoy en el epicentro, es extremadamente leve” para agregar “no hemos hospitalizado a nadie aún. He hablado con otros colegas y el panorama es el mismo”. En contraste, Von der Leyden se apresuraba a lanzar la voz de alarma, sobredimensionando el peligro y derrumbando las bolsas, al asegurar que la variante ómicron era una “carrera contra el tiempo” mientras instaba a “prepararse para lo peor”.
¿Amor desinteresado a la humanidad? Tal vez no cuando conocemos quien es de acuerdo a sus antecedentes. Von der Leyen, cuyo apellido real es Albrecht, está casada con Heiko Von der Leyden. Leyden es Director Médico de Orgénesis, empresa ligada a Pfizer y a GlaxoSmithKline (GSK) y parte de la iniciativa Bioshield. Von der Leyen es una aliada de Merkel, que ha promovido la derogación del Código de Nuremberg establecido para evitar que se repitan los “estudios” científicos del nazismo como los llevados a cabo por Josef Menguele. La derogación abriría paso para colocar obligatoriamente dos dosis a los ciudadanos de la UE, que pueden aumentar a tres, o quien sabe cuantas, en el futuro.
La gestión por el contrato de provisión de vacunas no es gratuita, el cálculo del contrato a 20 dólares la dosis es de 36.000 millones de euros, lo que le reporta a Úrsula, o a su marido, unos 760 millones (2%) en comisiones. Seguramente una cifra muy motivante para que vea la variante ómicron como hiper peligrosa y haga declaraciones tan alarmistas y explosivas cuando aún no sabía nada de las características de la nueva cepa, sin tener en cuenta tampoco que desde Sudáfrica se compartía la información de que es una variante extremadamente débil.
Por supuesto que se levantaron voces sobre la incompatibilidad de su función pública con los intereses privados que representa, pero ni la Justicia ni los gobiernos europeos o los grandes medios se han hecho eco o se han preguntado qué está pasando. Von der Leyden no es una novata inocente, su hijo David estuvo implicado en un escándalo por ser parte de la consultora McKinsey, asesorando a la Bundeswehr, las FFAA alemanas, por lo que recibió importantes sumas de dinero mientras cuando su madre era casualmente la Ministra de Defensa de Berlín.
Al collar de dudas podemos sumar la reciente noticia de los correos electrónicos de Anthony Fauci y su jefe en los Institutos Nacionales de Salud de EEUU (NIH) presionando con una eliminación «rápida y devastadora» a los expertos en salud que propusieron una estrategia de control de Covid-19 sin bloqueo y diferente a la oficial. En las actuales circunstancias, entonces, es muy difícil poder escindir las medidas sanitarias de aquellas que son de corte político. No deberíamos asombrarnos cuando recordamos que luego del poco transparente hecho qué sucedió el 11S en los Estados Unidos se produjo la demonización de amplios sectores del mundo islámico adjudicándoles el carácter de terroristas, y a partir de allí tomar una serie de medidas qué coartaron las libertades individuales, primero en Estados Unidos pero rápidamente implementadas en el mundo entero.
Esta política apoyada en la conocida Acta Patriótica -que faculta los gobiernos de Estados Unidos a privar a los ciudadanos de sus Derechos Constitucionales- derivó rápidamente en una nueva guerra internacional con la excusa de combatir el terrorismo integrista islámico que destruyó varios países de Medio Oriente y que aún sigue en marcha. Hoy comenzamos a ver con inquietud un proceso con muchas similitudes, por ejemplo cuando la narrativa oficial del poder global impulsó una mordaza a quienes discrepan con sus políticas, algo que continúa con lo que ya veníamos viendo acorde a la moda política de los últimos años, aplicando la ya tristemente conocida cultura de la cancelación ante los discursos de odio.
En su momento fue el miedo al terror de los atentados que podrían producir musulmanes radicalizados, cuyas acciones ponían en riesgo la vida y el patrimonio del ciudadano común. Hoy la excusa parece ser la necesidad de tomar medidas de corte sanitario ante la gravedad de la situación sanitaria, y de esa manera suspender todo tipo de derechos y garantías como ser el de reunión, desplazamiento, libertad de expresión e información. El fin justifica entonces las medidas que pueden ser draconianas como vemos que sucede en Australia, medidas que avanzan aún ante las protestas cada vez más masivas de la ciudadanía que se opone a ver como su libertad y su dinero, se esfuman.
La falta de adecuación en los análisis ideológicos que se han quedado en la Guerra Fría y que dividen en el mundo entre izquierda y derecha presentan un campo fértil para el avance del Estado Totalitario. No son gobiernos de “derecha” quienes promueven estas políticas, esta vez la mayor parte de los gobiernos en el mundo accidental se presentan como progresistas, promueven nuevos derechos aún ante la resistencia de sus propias sociedades, y apoyan a políticas ambientalistas radicalizadas cuyos efectos ya podemos ver con el alza del precio de la energía y la desaparición de los fertilizantes del mercado pronunciando el futuro encarecimiento de los alimentos.
Vladimir Mijéev, responsable de la sede de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación) en Moscú, advierte que 130 millones de personas han comenzado a pasar hambre como consecuencia de la crisis económica provocada por las medidas contra la pandémica. No parece casualidad que sea de Moscú quien haga esta advertencia. Mientras que los Estados Unidos y sus socios occidentales se preocupan por el impacto del dióxido de carbono y ahora del metano en la atmósfera o los cupos de las minoría sexuales, Rusia juega a otra cosa. Las posiciones entonces están bien diferenciadas.
La política de penetración ideológica llevada a cabo en las últimas décadas desde Occidente ha vaciado de contenido las izquierdas revolucionarias del pasado y las ha transformado en meras ONGs que reivindican derechos individuales de segunda generación. Esto ha producido un corrimiento ideológico que hoy hace que sea muy confuso identificar a alguien por sus ideas políticas en función de si es de izquierda o de derecha.
Veamos dos ejemplos para graficar lo que está expresado teóricamente: el presidente brasileño Jair Bolsonaro, que es acusado de fascista y de negacionista por sus posiciones políticas, ha roto su vínculo con el Fondo Monetario Internacional argumentando su Ministro de Economía que el FMI opera contra su país dando pronósticos alarmistas para deprimir los mercados por lo que ya no son bienvenidos en Brasil. Por ese motivo el representante del Fondo en el país ha dicho que han comenzado los preparativos para desarmar las oficinas y retirarse de Brasil en junio del próximo año. Esta noticia ha tenido muy poca difusión en los medios de comunicación, algo que se explica porque no puede ser entendida a partir de la dialéctica izquierda-derecha tradicional que promueven para mantener el sistema creíble.
Bolsonaro no es el único caso. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, acaba de decir que las protestas contra su gobierno son financiadas por Washington. Bukele ha sido primero denostado y luego ignorado por la izquierda tradicional y el progresismo regional. ¿Cómo comprender entonces su gobierno en función de las categorías de izquierda y derecha?
Por otro lado, en Chile, el recientemente electo presidente Boric ha manifestado su desaprobación hacia los gobiernos de Daniel Ortega en Nicaragua, de Maduro en Venezuela, de Díaz Canel en Cuba, e inclusive acusa de dictadura a China. Boric es el candidato de la izquierda chilena y cuenta con el apoyo de la izquierda y el progresismo regional, ¿cómo se entiende desde esa perspectiva?
Podríamos agregar a esta lista al presidente argentino Alberto Fernández y su gobierno que se han ido distanciando de Venezuela y especialmente de Nicaragua habiendo llamado consultas a sus Embajadores durante 5 meses. O sus intentos de llegar a un acuerdo con el FMI al que ahora ve con buenos ojos. Claramente el gobierno del Frente de Todos se identifica con el progresismo y la izquierda, y podemos repetir entonces la misma pregunta ante el notorio contraste con Bolsonaro.
Es entonces insuficiente comprender la dinámica internacional en función de izquierdas y derechas obsoletas y que solo son parte de la pirotecnia discursiva ideológica que emplea en globalismo occidental que capitanea los Estados Unidos y sus aliados Europa Occidental para confundir y dividir. No cabe duda que la mayor resistencia al mundo global anglosajón que impulsa Washington viene de un conservador como es Putin, quien ha cerrado las puertas a las expresiones de las ONG occidentales enquistada en el apartado estatal latinoamericanos..
En estas circunstancias muchos pensadores que se identifican, o para ponerlos en términos actuales, se “autoperciben” progresistas y de izquierda, deberían hacer una retrospectiva y esforzarse en comprender la lógica actual. Si hoy hay Bolsonaros en el poder es porque las sociedades se han cansado de este juego entre izquierdas y derechas que confluyen en un mismo punto: una política económica y financiera similar. Una porque cree que es la mejor, y la otra porque “no hay opciones”. Como decía el General, la única verdad es la realidad.
La construcción de un Estado Totalitario se hace apoyándose en una excusa externa que permite aglutinar en el rechazo de un factor perturbador externo. En algún momento fueron los judíos durante la Alemania Nazi, los comunistas durante el macartismo, los neonazis en la hegemonía neoliberal post Guerra Fría, el patriarcado para el feminismo, y así sucesivamente hasta llegar a una actualidad donde la cuestión sanitaria es la que plantea que existe un enemigo nuestro lado que hay que combatir. Por supuesto que en cada momento existió una excusa para justificar las posiciones que derivaron en políticas de gran similitud y que tuvieron que ver con restringir los derechos a la protesta, a la libertad expresión, a la libertad informarse y en algún momento al desplazamiento y al confinamiento como resultado final.
Desde la caída de la Unión Soviética los grandes medios han agitado el fantasma del fascismo o de un neonazismo/neofascismo que en verdad solo existe en algunos pequeños bolsones controlados por la Inteligencia al servicio precisamente del Poder. No podemos olvidar que la Operación Gladio fue por iniciativa de la CIA en Europa desprestigiando al comunismo que amenazaba con alcanzar el poder en las elecciones, creando falsos atentados y alentando organizaciones de izquierda pretendidamente revolucionarias como la alemana Fracción del Ejército Rojo, también conocida como Banda Baader-Meinhof. Los pocos vestigios que realmente podemos encontrar en formaciones que tienen reminiscencias neonazis con alguna relevancia política son, por ejemplo, el gobierno de Kiev que ha sido apoyado precisamente por las democracias occidentales.
El Globalismo Occidental controlado por el Poder Financiero hoy ha construido un relato que funciona muy bien mientras lleva al mundo a la guerra contra China y Rusia. Tenemos sociedades preocupadas por neonazis antivacunas como consecuencia del brote e inofensivo de una cepa, mientras en segundo plano se deslizan hacia una guerra termonuclear cruzando cada una de las líneas rojas chinas y rusas e ignorando las advertencias reiteradas de Moscú primero y ahora también de Beijing.
Debemos comprender cómo funcionan las democracias entendidas así en Occidente, que preparan disciplinamiento interno con la excusa sanitaria, virtualmente eliminando la posibilidad de expresarse y manifestarse en contra de sus políticas. Si la causa es un virus cuyas últimas cepas poseen una letalidad extremadamente reducida, resulta más que extraño que sean los fascistas quienes se oponen a esas políticas de restricción de derechos ciudadanos. Algo no cierra.
La política de Occidente necesita el control absoluto de sus propias sociedades porque ha decidido lanzarse a una guerra que pone en riesgo la supervivencia del planeta mismo. Evidentemente se escucharán las voces en protesta y sus propios ciudadanos difícilmente acepten pasivamente esta inmensa locura. Hoy Occidente ha encontrado una solución a este problema de rebeldía interna a partir de una emergencia sanitaria que permite tomar el control de la opinión pública y de los espacios de expresión, ya sean físicos o virtuales, para evitar las protestas.
En esta situación es necesario que se comprendan las políticas gubernamentales, e incidir en los gobiernos y en las organizaciones de base que constituyen las estructuras políticas y que determinan las medidas que van a tomar los gobiernos, para que comprendan cuál es la realidad y a qué se está jugando. La concreción de un mundo orwelliano está marcha, no es ninguna novedad y todos lo sabemos desde hace tiempo, está realidad se presenta ya en una forma obscena y deja poco margen para poder reaccionar. Para eso es imprescindible comprender, y sobre todo aceptar, los cambios que han ocurrido en el último medio siglo. Esos cambios hacen que ya no existan izquierdas y derechas que se disputan el control del mundo. Ambos sectores han sido comprados por el poder, y la única división posible y visible es entre quienes defienden la soberanía de los Estados y aquellos que buscan un mundo globalizado y ordenado a partir del dinero.
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