Redes sociales y ‘conspiración’ – Por Juan Manuel de Prada
Redes sociales y ‘conspiración’
Por Juan Manuel de Prada
Algunos jóvenes que se me presentan como grandes admiradores me aseguran que mis artículos, divulgados por sus canales de telegram o guasap, «hacen mucho bien a la gente»; categoría demasiado difusa de la que yo, desde luego, quedo excluido, pues pirateando mis artículos logran sobre todo que menos gente pague por leerlos, de modo que a mí me paguen menos por escribirlos (hasta que dejen de pagarme y yo deje de escribirlos). Cuando me refiero con desdén a sus canales de telegram o guasap, estos jóvenes me reprochan mi vituperio de las redes sociales; pues, a su juicio, «para actuar políticamente, hay que dar la batalla cultural desde las redes sociales, que son la gran palestra política de nuestro tiempo». Estos jóvenes tan admiradores acaban exasperándome siempre.
Las redes sociales nunca han sido una palestra de actuación política (salvo, por supuesto, para los poderes sistémicos que las inventaron y se las entregaron a la ‘gente’, a modo de caramelito envenenado). Las llamadas ‘primaveras árabes’, que se publicitaron como movimientos nacidos en las incipientes redes sociales, fueron en realidad azuzadas por los servicios secretos yanquis e israelíes. Y desde aquellas ‘primaveras árabes’ los poderes sistémicos han refinado sus instrumentos para pastorear las redes sociales, neutralizando cualquier amenaza que de ellas pudiera surgir, admitiendo la ‘disidencia controlada’ y favoreciendo los antagonismos que propician ‘burbujas de aislamiento’. Las redes sociales no son más que un instrumento para detectar y reprimir cualquier forma de disidencia verdaderamente subversiva.
Pero los poderes sistémicos, muy astutamente, han desplazado a las redes sociales el debate político, haciendo creer a la ‘gente’ que sus opiniones (casi siempre pataleos inanes) son verdaderos ‘acontecimientos’ donde se libran las guerras de influencia. Es una idea grotesca, pues los poderes sistémicos jamás van a permitir que un medio nacido para el control social se revuelva contra ellos; pero, inevitablemente, la vanidad y las ansias de protagonismo de la ‘gente’ infunden estas convicciones mentecatas. No negaré que desde las redes sociales se puedan abrir brechas que desorienten momentáneamente a los poderes sistémicos, desvelando sus mentiras y trampantojos; pero a cambio se convierten en un escaparate que permite monitorear y desactivar al auténtico disidente, recluyéndolo en un gueto donde los aplausos de sus fieles lo distraen de su irrelevancia (en las redes sociales, la crítica queda siempre reducida a un mero bucle de retroalimentación), o bien estigmatizándolo ante la chusma lacaya, que así puede desprestigiarlo y lincharlo orgiásticamente. Exponerse en las redes sociales es tanto como delatarse en vano a cambio de casi nada.
Ahora hacen mucho ruido, aquende y allende el Atlántico, muchos adalides de la derechita valiente que desde las redes sociales exhortan a los cristianos a la batalla cultural contra la ‘degeneración woke’ (aunque, por supuesto, sin atreverse a mencionar quiénes financian y promueven toda esa ‘degeneración’, tal vez porque son los mismos que los financian y promueven a ellos). Pero el combate político no se hace desde los púlpitos vociferantes e inanes de las redes sociales; y quienes de verdad quieran librarlo tendrán que adoptar necesariamente la disciplina del arcano, como hicieron los primeros cristianos. Todas las grandes ‘revoluciones’ (utilizo la palabra en un sentido puramente etimológico) se lograron a través de un puñado de acérrimas amistades, como la que Cristo mantuvo con sus discípulos. Una amistad que a veces se escondía y encerraba «por miedo a los judíos»; y que otras veces se brindaba discretamente, para sumar a la causa a quien mostraba curiosidad o inquietud por la verdad. Sólo de esta disciplina del arcano pueden brotar el coraje y la determinación para no transigir ante las normas del mundo; quienes se desgañitan en las redes sociales acaban siempre asumiendo las premisas del enemigo.
Para luchar contra la ‘degeneración woke’ no hay que plantear ridículas ‘batallas culturales’ en las que se oculta quiénes financian y promueven tal degeneración, como pretenden los machotes de la derechita valiente. Contra la ‘degeneración woke’, como contra los poderes sistémicos en general, hay que ‘conspirar’. Y aquí utilizo de nuevo la palabra en un sentido etimológico: el prefijo ‘con’, que significa «todos juntos»; y el verbo ‘spirare’, exhalar aire del cuerpo. Los ‘conspiradores’ tienen que respirar al unísono el mismo aire al margen de los cauces sistémicos, tienen que brindarse calor e infundirse bríos con su propia respiración compartida, tienen que crear una auténtica comunidad que despierte la curiosidad y el anhelo de quienes, por haberse entregado a la degeneración, se han entregado también a la esterilidad, la infelicidad y la desesperación.
Los ‘conspiradores’ tienen que generar un alma compartida, para lo que deberán saltarse las identidades establecidas que convienen a los poderes sistémicos. La principal baza de los poderes sistémicos es la dispersión de las fuerzas adversas; y para triunfar necesitan asegurar su separación estanca: izquierdas y derechas, blancos y negros, cristianos y musulmanes, mujeres y hombres, viejos y jóvenes, etcétera. Nos quieren aislados, subidos a nuestros campanarios de las redes sociales, para tenernos controlados. Contra esta cizaña cibernética, debemos acogernos a la disciplina del arcano y ‘conspirar’, conspirar sin descanso, tan unidos espiritualmente que provoquemos la envidia del enemigo degenerado, cuya alma expoliada acabará suspirando nostálgica por la ‘vida nueva’ que le ofrecemos.
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